Textura de la Vida Privada y de la Vida Pública I


Por Ana Baños

La sociedad actual es producto de una larga, larga transformación. Va de la vida comunitaria antigua a lo que hoy llamamos “lo social”. En las comunidades tradicionales se contaba con dos espacios claramente delimitados: la esfera privada y la esfera pública.

VIDA PRIVADA
La esfera privada circunscribía lo propio - el idion- de cada ciudadano varón, jefe de familia y amo. Es decir, aquello que le pertenece: sus mujeres, sus hijos, sus animales, sus esclavos y los bienes de la Oikia. La palabra Oikia deriva de Oikonomia. En la economía del hogar se administraba y gestionaba la vida doméstica en cuyo marco se daban: 1) los imperativos para preservar la vida, 2) la jerarquía y 3) el despotismo, la fuerza y la violencia.

La violencia era la marca de la vida privada, y por lo mismo sólo se ejercía al exterior de la ciudad y sobre los habitantes del Domo (mujeres, esclavos, niños, animales) que no figuran en la esfera política. La violencia es un acto pre-político para liberar las tensiones de la especie, es condición para acceder a la libertad de la ciudad. El mando en la vida privada es de total sumisión, una situación muy distante a la autoridad y a la obediencia que se juega en la ciudad entre los pares.

La vida privada estaba privada de la memoria y privada de la gloria. La oscuridad de la vida privada era absolutamente necesaria, pues la vida entera no podía ser expuesta a la luz del público. Ciertas actividades requerían permanecer ocultas por el sólo hecho de existir. Lo privado era una protección del mundo y consuelo de los excluidos.

VIDA PÚBLICA
Lo público se vivía en la esfera de la polis y circunscribía lo común: el Koinon. Lo común no significaba cualidades similares en cada uno, sino una propiedad compartida en comunidad, fuera esta la polis, la tribu o el pueblo.

1) La vida pública se daba entre los iguales, jefes de familia y propietarios que – en un marco de libertad – compartían e intercambiaban: el agua, el aire, los bienes del trabajo producido por la comunidad y la palabra. El hombre de la polis puede poner en palabras sus experiencias; la ciudad es el lugar de la razón, del arte de la palabra y el engaño.


2) Lo público es una asamblea fraternal. Todos los propietarios, iguales ante la ley tienen el mismo derecho a intervenir ante los tribunales y pedir la palabra en las asambleas donde se decidía el destino colectivo.

3) En lo público se celebran festivamente tres acontecimientos esenciales de la existencia humana: el nacimiento, el matrimonio y la muerte.

4) La vida pública quedaba apuntalada por una violencia pre-política la de la vida privada. Aristóteles estudió la familia y encontró que la relación entre el padre y los miembros de la casa era una relación despótica. Los hijos requerían despotismo para vivir y crecer. El despotismo era incompatible con la libertad de los otros y la libertad de él mismo. El déspota era el esclavo del despotismo. Pero cuando ese déspota salía del marco de la vida privada y pasaba a la polis, encontraba a sus iguales y se despojaba del despotismo y entonces ejercía la autoridad. La autoridad se ejerce en el marco de la palabra y requiere obediencia.

Según Phillipe Ariés obediencia viene del latín obodiere, que a su vez deriva de audiere; que significa precisamente oír. Entonces obedecer es una conjunción entre oír y el vocablo Ob-, que significa al encuentro, disposición, por causa de. Así que obediencia significa disponerse a oír, disponerse al encuentro de lo que se hace oír, o por causa de lo que se hace oír. Una disposición de quien escucha ante quien habla.

5) La vida pública sólo reconoce la jerarquía compartida entre los iguales. La autoridad se juega entre iguales, el que tiene autoridad no aplica la fuerza, y el que aplica la fuerza pierde la autoridad.

6) La ciudad se funda en la libertad por lo que excluye las relaciones del padre sobre el hijo, del marido sobre su mujer, del amo sobre el esclavo que son relaciones exclusivas de la vida privada. En la ciudad se vive la democracia, pero recordemos que no es democracia de mayorías y en ese contexto precisamente los hijos no tienen derechos.

7) La polis no era una porción de territorio, sino el espacio político donde aparecía aquello que salía del abrigo privado. Ser libre privaba de la privacidad.

Los romanos, tras conquistar a los griegos, jamás sacrificaron lo privado por lo público, comprendieron que ambos debían coexistir.

Hoy ya no tenemos la experiencia de la vida privada, el paso de una vida comunitaria a la sociedad cambió la relación entre lo privado y lo público.

Lo social invadió y modificó las antiguas esferas: privada y pública. Lo social -a diferencia de la comunidad- se caracteriza por el anonimato. El conjunto social es un objeto comercial. Este cambio fue posible por tres factores: 1) las democracias de las mayorías, 2) el laicismo: separación religión-comunidad y 3) la ciencia y la tecnología. Veamos ahora ¿Cómo se hizo?

En las comunidades tradicionales, llamadas patriarcales la disparidad reina entre el padre y su mujer, entre el padre y sus hijos, la jerarquía del padre perdura aún en la vida adulta. Por lo tanto un matrimonio era un pacto entre dos padres. Uno entrega a la hija y el otro la recibe para su hijo.

El matrimonio entonces era la promesa recíproca entre padres fuertes, que decidían el futuro de sus hijos y lo hacían así pues lo que estaba en juego era algo de peso: el patrimonio y el linaje. Lo que el padre había recibido de su padre debía transmitírselo a su hijo. Así pues era el padre el que escogía a la mujer conveniente para su hijo, en función de un juramento de fidelidad a los valores del linaje a perpetuar. El amor... el amor era una contingencia, así que ese podía llegar antes o después, o por añadidura. No era requisito sine cua non, lo importante era el consentimiento recíproco de los padres en virtud de la filiación.

El padre tenía esa función, la ley se realizaba por medio de la autoridad del padre de familia al cual la ciudad le expedía un poder (en la resonancia que aún conservamos cuando decimos, dame un oficio, deja un poder para que arregle esa asunto). Simultáneamente, con la caída de la función paterna, se modifican las razones de la elección conyugal.

Antaño los padres velaban por la similitud de identidad de los esposos: educación, religión, tradiciones culturales, para preservar la identidad así adquirida (identidad del linaje y cultura). Hoy en día, un hombre y una mujer pueden consentir el matrimonio independiente de su padre y de su madre, independientemente de la religión familiar, cultura o estatus social. Se trata, en primer lugar, de una elección, cuyo consentimiento no pasa por el padre que por cierto puede o no estar de acuerdo, pero su aprobación ya no es la condición. Y ese es un viraje importante.

El matrimonio tenía como función preservar: patrimonio, linaje y especie. Hoy la mayoría de los humanos no tienen ya grandes fortunas, ni existen los nombres de abolengo. De la procreación se encarga la biotecnología, así que la institución del matrimonio ha perdido sus propósitos iniciales.

Ante la pérdida de la jerarquía del linaje, hecho originario de la identidad, de la diferencia y del origen, el apellido que daba linaje es ahora sustituido, por ejemplo, por rasgos sintomáticos ante la pérdida de la filiación. Hoy en día el síntoma da identidad. En vez de decirse: “Soy Gloria Fernández”, se dice “Soy depresiva”. Freud mismo participó en ello y no sin consecuencia para sus pacientes cuando bautizó a sus monografías clínicas como: “El hombre de los lobos”, “El hombre de las ratas”.

La modernidad formuló una nueva separación entre lo privado y lo público
Lo privado tornó el lugar de la conyugalidad y lo público al lugar de la parentalidad. Lo privado ahora es lo conyugal.

El viraje se produjo, en primer lugar, cuando la vida privada ya no sería más que un lugar provisional del nacimiento y del desarrollo de la vida como condición del paso posterior y definitivo al espacio público de la polis, donde la humanidad se realizaba.

La vida privada dejó atrás su carácter privativo: “lo que es privado del orden público” y adquirió otro sentido: “lo que en el espacio público debe ser privado”. Nace así un espacio reservado, apartado de las miradas públicas. Se levantan muros, puertas, cortinas, para la intimidad entre hombre y mujer. Entre ellos nació un lugar del deseo, de uno por el otro y del otro por el uno. Esta nueva privacidad fue la condición para que, en el siglo XII, el amor cortés apareciera en occidente.

Por medio de la cortesía, por el “arte de decir” -invención lenguajera, el trovar de los trovadores- un hombre corría el riesgo de dirigirse a una mujer (el amor implicaba riesgo), para ello se imponían un plazo llamado “de cortejo”, “de cortesía”, que permitía por medio de la palabra hacer nacer el deseo en la dama. De esta forma, llegado el encuentro sexual, este no sería “violento” ni “puro medio para procrear”.

La iglesia por su parte también contribuyó con el viraje, pues concedió al matrimonio ese grado de “privacidad”. Estas modificaciones se dieron en tres etapas: 1) En 1184, en el concilio de Verona, el matrimonio se torna un sacramento. 2) En 1439, en el concilio de Florencia, el matrimonio adquiere la especificidad de no ser conferido por el sacerdote. Son los futuros esposos los que se lo intercambian uno a otro por medio de la palabra y su consentimiento. El consentimiento paterno ya no es necesario. 3) En 1563, en el concilio de Trento, se introduce una modificación que aún está vigente: el consentimiento de la pareja se deberá intercambiar públicamente y ante un sacerdote como testigo.

A partir de entonces, no hay más vida privada al modo de los griegos y romanos. Se inaugura un nuevo tipo de privacidad, una privacidad que se declara en público. No hay más vida privada, excluida de lo público.

Esas modificaciones son contemporáneas al reemplazo “Comunidad” por “sociedad”. Los festejos familiares: nacimiento, matrimonio y muerte dejan de ser pretexto para más fiestas comunitarias y se vuelven fiestas privadas frente al anonimato social. Quizá las páginas de sociales o los suplementos de sectores (como La Silla, Sierra Madre, Cumbres) son la nostalgia de ese espacio público, intentos de hacer público algo que en su origen era público.

LO CONYUGAL ES ASUNTO PRIVADO, LA PATERNIDAD ASUNTO PÚBLICO
Un hombre o una mujer puede casarse con quien quiera, eso es asunto privado, pero la paternidad pasará a ser asunto público. Hoy se trata de proteger a los niños hasta de sus padres. Lo social generó la perdida del lugar parental y los vestigios del despotismo paternal que conocíamos.

En el siglo XIX se profesó que el bienestar familiar dependía del cuerpo y el corazón de la madre. Se inventó así la figura de “la buena madre”, paraíso originario que hay que perder, pero cuya experiencia imborrable da al adulto equilibrio y estabilidad.

Pero lo social invadió el territorio familiar, y a penas un siglo después -en el siglo XX- ya no bastará el capricho o el amor de la madre y del padre. En el nombre del “bienestar del niño” tiene su arribo al ámbito de la crianza y la educación de los hijos un tercero social, un tercero autorizado: el especialista.

La relación con los hijos ya no se deja al arbitrio de los padres. Ya no serán estos los que deciden sobre lo bueno, lo justo, lo pertinente, serán los expertos (profesores especiales, psicólogos infantiles, trabajadores sociales, jueces) quienes serán llamados a decir cuáles son los derechos de los niños. Así, a una conyugalidad cada vez más discreta, la paternidad depende abiertamente cada vez más de lo social.

Cuando aparecen los derechos de los niños, desaparece la infancia, el hijo y los niños como los conocíamos. El niño adquirió derechos ante la ley y se tornó en un igual: igual al padre y la madre, igual al maestro. Hoy, el niño requiere autoridad en sustitución de la pasada relación despótica paterna.

Veamos, la vida es pura incertidumbre. Nadie tiene garantizado que vivirá al segundo siguiente. La sociedad posmoderna nos arma una vida con certidumbre y lo demás lo aplastan los medios. Lo social genera un sujeto estúpido para arreglárselas con la vida. Los jóvenes –que fueron niños con derechos- hoy no saben cómo arreglárselas con la incertidumbre de la vida.

El padre en otro tiempo era despótico pero ordenaba, eso ya se perdió, hoy todo está mezclado y la única referencia que le queda al ciudadano actual para poner orden es la ley. Ante la cual todos tienen derechos, la ley ordena aplastando las diferencias. Para la ley “todos coludos o todos rabones”, no hay ley singular, no puede haber excepción. Se requiere la excepción para fundar la ley, pero con excepciones la ley no funciona.

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