Textura de la Mirada II: De lo visible y lo no-visible.

Por ANA BAÑOS, PSICOANALISTA / MARZO 14, 2008

I. LA TRAICIÓN DE LAS IMÁGENES
En 1923 Magritte presentó “La traición de las imágenes”. Ahí, ante la inconfundible imagen de una pipa aparece una frase: “Esto no es una pipa”. El espectador, atónito, se pregunta… y si eso no es una pipa, entonces ¿Qué es?

La evidencia visual nos confronta. La pipa del cuadro es una imagen, sin embargo, para decir “Esto no es una pipa” se requieren palabras. ¿Cómo plantearse el efecto que dichas palabras producen ante esa imagen? Las palabras y la imagen establecen diferencia. Y es precisamente de esa diferencia de la que se ocupa Magritte. 

En “El espejo mágico” (1929), Magritte, presenta otra vez un objeto singular, un espejo que en vez de reflejar un rostro o alguna otra una parte de de un cuerpo, presenta las imágenes de letras…

Entonces, cuando en un cuadro –sea de Magritte o no– encontramos letras ¿las leemos o las vemos? ¿Les damos trato de imagen o de palabras?. Magritte destaca la distinción existente entre el registro de la imagen y el campo del lenguaje. 

Las imágenes –y hay que decirlo fuerte para que se oiga– no representan; las imágenes son lo que son, por ello, la pipa del cuadro de Magritte no es representante de una pipa. 

La representación es la estructura del orden simbólico, del campo del lenguaje; en tal registro sí, una palabra representa a otra. En cambio, una imagen no representa la realidad sino que la construye. Cada imagen es distinta, no es lo mismo el original que la reproducción o que la proyección. Y por lo mismo, el toque de una pintura original colocada por ejemplo en el museo alcanza al espectador de un modo tal, que jamás hará una imagen de un catálogo o la imagen digitalizada en un CD. 

La pintura más que representación es una cierta práctica del espacio. El objetivo de toda pintura es engañar al ojo al instalarse un vacío entre la imagen del objeto pintado y la cosa. Vacío que el arte no ignora ni cierra.

Para Magritte no hay dudas, lo que la frase “Esto no es una pipa” indica es que, efectivamente no es una pipa, sino que estamos frente a un “cuadro”. Un cuadro no es la imagen, sino todo aquello que el lenguaje pronuncia acerca de él (y que se conforma en lo no-visible). 

El arte no existe para reproducir lo visible, sino para hacer ver lo que no se ve. El arte es el inventor de nuestro visible. No existe visión “natural”, no hay visión sin la mirada (Textura de la Mirada I)

Magritte trastoca nuevamente la realidad, ningún pintor antes de él había argumentado que un cuadro no es la imagen pintada. 

II. NADA PARA VER
El siguiente cuadro se titula “El ferrocarril” fue pintado por Eduard Manet en 1873, en él Manet nos enseña el circuito de la mirada. 

La imagen muestra una niña que se asoma curiosa entre las rejas, su postura –dado que está parada de espaldas– nos dirige al interior del cuadro. Sentada junta a ella, la hermana mayor nos ve de frente. Su mirada, aunque algo perdida, sale a nuestro encuentro.

Rápidamente notamos que hace falta algo. No hay en la imagen (en lo visible) ningún ferrocarril, pese a que ese es el nombre del cuadro. Así, lo que el cuadro anuncia, enuncia, promete, no se ve. Aquí, Manet nos enseña el tema de la mirada. 

La imagen del ferrocarril queda velada, inaccesible precisamente por el vapor que seguramente dejó tras su paso la locomotora y que invade –en la imagen– la atmósfera. Mancha blancuzca que es su huella y obstáculo. Así, el cuadro presenta la tensión entre lo visible y lo no-visible e impulsa al espectador a buscar una explicación. 

–No veo nada –dice Watson a Holmes.
–Al contrario, mi querido Watson, todo está en la superficie, pero aún no has razonado sobre lo que ves.
Todo se juega en el detalle, en el detalle es donde hay que sumergir el ojo, ningún detalle, por pequeño que sea, debe ser descuidado.

Ante “El ferrocarril” de Manet, el ateo diría: “no veo nada, no hay nada” y el creyente afirmaría “hay algo”. La imagen no es lo viable, la imagen da fe y la fe permite ver lo no-visible. Todo lo que hace cuadro, a la vez que oculta, da a ver. Entonces, la mirada siempre forma parte de la imagen como eso no-visible que siempre está presente. 

En “El ferrocarril” de Manet, la niña pequeña se agarra con su mano izquierda a la reja y parece querer pasar su cabeza entre dos barrotes. Su curiosidad es evidente, su frustración también. La mirada de la hermana mayor apela al espectador, quien se ve arrastrado por esa paradójica manera –del arte moderno– de ubicarlo adentro, disolviendo la división adentro-afuera. 

Lo visible y lo no-visible cambia el lugar del espectador, el cuadro le invita a seguir la trayectoria de la niña hasta ocupar su postura. La dificultad de este cuadro es, precisamente, localizar lo que él nos propone.

Las obras de arte no se brindan fácilmente, Cuando se contempla un cuadro, lo que hay que hallar es ¿a qué pregunta da este cuadro una respuesta? Si la obra es una respuesta, entonces tiene que haber una pregunta. 

Todo artista pinta la enseñaza de sus problemas, no sus problemas. La manera de ver cambia cuando uno puede plantearse una obra como una respuesta. Y es la respuesta la que a menudo nos interroga. La narración de lo que se ve ahí compete a cada espectador. Es justamente lo no-visible lo que sostiene aquello que el espectador ve

Ahora bien, Si la obra de arte hace ver ¿qué cosa nos hace ver que no veríamos sólo con nuestros ojos, órganos de la visión? ¿Qué cosa hace ver que con ningún otro instrumento de óptica: lentes, telescopio, microscopio, escáner podríamos ver? 

Lo que en un cuadro nos hace ver es la mancha –el otro nombre de la mirada– esa es la condición primera de la visión. Recordemos que los recién nacidos sólo ven manchas. Luego la imagen se va definiendo. 

El cuadro de Manet es coherente, pues en lo no visible –en la mancha blancuzca– el espectador podrá ver lo más intimo. Nunca se ve más que en aquello que faltan y a toda imagen le falta algo y porque siempre le falta algo, es que sabemos que requiere de una visión, es decir se requiere imaginar o presentir en lo no-visible

La mirada es lo velado al ojo, mancha que hace obstáculo, y en su calidad de falta, suscita el deseo. Deseo se dice en latín libido, es sinónimo de lúdico, lujurioso, lascivo, en lenguaje coloquial diríamos: cachondo, caliente, calentón.
Llama la atención, cómo en algunas lenguas las palabras que aluden al amor y al deseo se relacionan con la L. Por ejemplo, en indioeuropeo leubh significó: amar, desear, esa raíz ramificó en el sánscrito como lobháyati, en el griego como lipto, una y otra significa desear; en latín libet derivó en placer, gustar, agradar y libido se traduce como deseo.
El cuerpo humano es un conjunto de agujeros articulables, partes perforadas (boca, ano, piel, ojos, oídos, nariz, vagina, agujero de la cabeza del glande). Con los agujeros imaginamos cosas, visionamos y establecemos las complejas relaciones con los otros. En esas perforaciones se juega un destino, pues allí toma asiento la libido. 
Así, el pecho convoca a la boca, la piel incita al tacto, la voz cimbra al oído y el objeto del campo de lo esópico es la mirada. Nada se ve sin la mirada. El ojo es el órgano de la visión, la mirada es la iluminación que permite al ojo ver. (Textura de la Mirada I), no son para nada la misma cosa. 

Hay una exterioridad de la mirada respecto del ojo como órgano, entonces dado que la percepción no está en mí, lo que muestra la observación fenomenológico es un “veo afuera”. 

III. ¡NO ME VEAS CON ESOS OJOS… QUE ES DELITO!
El tema de la mirada cobra importancia en la escena pública, dado que a partir del pasado 8 de marzo entró en vigor en el Distrito Federal la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia

La nueva ley define la violencia contra las mujeres como psicoemocional, física, patrimonial, económica y sexual. Esta norma incluye la penalización de las llamadas “miradas o palabras lascivas”. En pocas palabras, ahora resulta que cualquier hombre que sea sorprendido por una mujer dándose un “taco de ojo” o “viéndola” con cara de “te traigo ganas” puede ir a dar al tambo si está le denuncia. 

Quizá deberíamos proponer a los legisladores recurrir a las enseñanzas que el arte muestra, ¡qué de sorpresas se llevarían! Dadas las circunstancia, proseguiré desplegando la textura de la mirada en una serie sucesiva de entregas.

anajbanos@hotmail.com