Textura de la Mirada III: Se ruega mirar la ausencia

Por ANA BAÑOS. PSICOANALISTA / MAYO 04, 2008

“El reverso” (1670) de Cornelis Norbertus Gijsbrechts es una obra por demás inquietante.

En el verso de un bastidor, Gijsbrechts pinta la imagen del reverso de un cuadro. Por lo tanto, existiría el otro reverso, al que se podría acceder con tan sólo darle la vuelta. Ese es el juego que el pintor propone al espectador. 

“El reverso” es una pintura que no debe colgarse en pared alguna; al contrario, el bastidor, así sin marco, debe ubicarse a ras de piso. De tal forma que el espectador quedará obligado a acercarse y a sentir el deseo de darle la vuelta para ver la imagen que permanece oculta a la vista. 

Cuando el espectador finalmente se atreve y le da vuelta al cuadro… Tras un momento de vértigo y perplejidad cae en cuenta que –instantes antes– estaba frente a una imagen, una imagen que “nada” representa. Una nada de representación, común a la pintura moderna, que está en constante parto, siempre alumbrando, dando a ver.

“El reverso” no pretende engañar al espectador, sino todo lo contrario, desengañarlo, venciendo su ojo, vaciándolo y mostrándole que lo visible (toda imagen) entretiene la ilusión de inmanencia y muestra que hay continuidad entre el verso y el reverso, entre lo exterior lo interior. Según Freud, lo exterior es lo más íntimo y lo extraño lo más propio. 

NARCISO: UN CUADRO

En su tratado De pictura, texto canónico de la pintura moderna, Alberti dice que el inventor de la pintura occidental es Narciso. 

Quién no recuerda a aquel hermoso joven, hijo de la ninfa Liriope. ( Ver: Textura de Narciso)

Narciso, como era su costumbre, salió a cazar. Tras la extenuante jornada, un “ojo de agua” le hizo guiños… cansado y sediento se acercó para refrescarse. En ese instante, Narciso cazador resultó cazado, cayó en la trampa de un par de ojitos negros.

Deseado es aquel que desea. Narciso admira eso que lo vuelve a él admirable. Desconoce que él es el adorado y el adorador, que él prende el fuego en que se quema. Y así, atrapado –sin querer hacer ninguna otra cosa– Narciso languidece ante esa mirada. Paralizado, muere tomado por ese brillo centellante que –desde la superficie de agua– le hacia ver una visión maravillosa. Brillo de un agua, que en vez de apagarlo le hace hervir.
Narciso desconoce que eso que ve en el cuadro de agua es él mismo, está enamorado de ese otro, extraño, qué es él. 

Todo cuadro exhibe la mirada como un acto donde –lo quiera o no, lo sepa o no– el espectador está implicado, comprometido, lo cual no es precisamente tranquilizante ni placentero. Un cuadro hace ver aquello ante lo cual quisiéramos –algunas veces– mejor cerrar los ojos. 

Hacer ver es una potencia del arte, el arte nos infunde el deseo. El arte nos ruega mirar la ausencia, lo no-visible, como una forma de realizar lo imposible. 

LA MIRADA PARALIZA Y ASUSTA

Si nos fijamos en la fotografía, Jack Sparrow tiene cerrado los ojos (órganos de la visión) y sobre sus párpados, el pirata-pintor ha dibujado otro par de ojos abiertos y de bajo de esos –en sus mejillas– ha pintado otros tres pares de ojos más.

Jack Sparrow distingue perfectamente entre la mirada y la visión. Sabe que lo que paraliza y espanta no es su vista, sino aquello que engaña al ojo de su enemigo: la mirada. Sabe que no se trata de sus ojos, sino de algo enorme, brillante, circular que sin ser un ojo, mira.

En el libro “Medusa y Compañía: pintura, camuflaje y disfraz”, Roger Caillois, relaciona ciertos fenómenos de la vida animal con determinadas actitudes humanas. Indica tres funciones del mimetismo animal: el disfraz, el camuflaje, y la intimidación. Crea un paralelismo entre el hombre y los insectos dada las distintas funciones del mimetismo y las relaciona, a su vez, con la función el arte, su investigación parte de la observación de las alas de las mariposas. 
El disfraz o travestismo sucede cada vez que un animal se hace pasar como de otra especie. Se trata de transformarse en otra cosa. Por ejemplo el saltamontes que se transforma en ramita o mejor dicho se disfraza de ramita. O con aquella mariposa que se hace pasar por hoja.

El camuflaje es usado por el animal para confundirse con el medio. Es la función que disimula una determinada presencia con el fondo.

La tercera función es la de intimidación, por ejemplo la cobra que se abre y muestra sus manchas que paralizan a su presa o como la mariposa, cuyas alas tiene esos redondeles, esas formas circulares hipnóticas llamadas ocelos. Los ocelos tiene una función intimatoria, las mariposas pequeñas y frágiles son capaces de asustar a su predador, abriendo sus alas para mostrar esos fascinantes y falsos ojos.

Algunos peces también ostentan en sus colas ocelos.

El animal no lograr fascinar y paralizar (para cazar) a su presa o espantar (por defensa) a su predador porque tiene ojos. Sino como la lechuza, los paraliza o espanta con esas formas de círculos concéntricos de colores contrastados. 

En todo caso, si los ojos en un rostro humano fascinan o intimidad no es por que ven, sino porque los ojos se parecen a los ocelos y no a la inversa.

¿Cómo hacer con esta mirada, exterior a mí, en donde me hago cuadro? Lacan, un psicoanalista, señala el hecho que el hombre retoma lo que existe en el reino animal como mascarada y máscara para disimular, metamorfosearse o espantar, en las formas humanas para ocultarse o hacerse ver.

Unos ojos remarcados, delineados, hacen mirada, indican donde hay que ver, esta es la función de la raya, de la mancha. Es una trampa para el ojo. 

Joan Riviere, otra psicoanalista escribió sobre la feminidad como una mascarada. Riviere precisó cómo algunas mujeres, que aspiran a cierta masculinidad, se revisten con todos los signos de una feminidad supuesta, feminidad mascarada que alejaría la angustia y evitaría la venganza que temen esas mujeres por parte de los hombre.

 

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