TEXTURA DE NARCISO

Por ANA BAÑOS, PSICOANALISTA / AGOSTO 05, 2007

 

Dice Giogio Agamben, que el humano es el único ser que se interesa en la imagen como imagen, no se interesa en la imagen como realidad. De ahí el éxito de la publicidad, del cine, la televisión, la virtualidad y de cierta vigencia del amor. 

Por ejemplo, al llegar a una cafetería, lo primero que el mesero nos ofrece es la carta, pone la manteleta y nos indica las promociones. Tenemos un vasto repertorio de suculentas imágenes que están ahí para antojar y abrir el apetito. Y lo sabemos, ordenamos pues lo que nos llena el ojo. Cuando traen el platillo se confirma que la imagen es lo que es y lo que nos han servido, es otra cosa. 

En cambio, los animales no tienen mayor interés por la imagen salvo cuando ésta los engaña. La imagen produce incluso efectos formativos sobre su organismo, cosa que se puede ver en la maduración de la gónada de una paloma, cuya condición sine qua non es tener a la vista a un congénere; esto es a tal grado, que el mismo efecto se obtiene si se le pone en frente un espejo. 

Para el perro una imagen reflejada en el espejo, no le merece interés alguno, pues ¿qué tiene de interesante otro perro? Los animales tienen signos muy precisos para identificar al otro de su misma especie y diferenciarse de las demás. Los humanos, en cambio, debido a su prolongada descoordinación motora (por la premadurez en la que nacen), no poseen de entrada una imagen que le da una unidad corporal, tiene una propiocepción despedazadas de –su- cuerpo. Es común observar que los bebes toman con su mano mechas de cabello, lo jalan y lloran pues no advierten que la mano que los jala es la propia, no hay yo que diga es “mi” mano y por lo mismo no se pueden soltar.

Entonces, a falta de una imagen corporal genéticamente dada, el cachorro humano debe construirla y lo hace a partir de la percepción del semejante. Por ejemplo, cuando un niño se cae, el amiguito que lo ve llora también. Cuando un niño pega dirá que le han pegado. Esa experiencia -que se juega varias veces en la vida- muestra una doble función: una de fascinación, donde la imagen del otro le anticipación con júbilo la unidad de su cuerpo y sus movimientos; y otra de rivalidad, donde la imagen del otro se vuelve enemiga. 

El ingreso de los seres humanos al vínculo social dependa de la búsqueda de una imagen del cuerpo y, por ende, de la identificación imaginaria con un semejante. 

Los animales pueden pensar, incluso “hablar”, lo que les falta es la imaginación. Los gatos se mueven elegantes porque no tienen imaginación. Los humanos imaginan tanto que no pueden -aunque quieran- ser tan elegantes como los gatos. 

Los animales no se enamoran. El amor es humano, el más hermoso de los artificios. Los hombres inventaron una forma de amor cuya causa no está en el cuerpo sensible; es la fantasía la flecha vital del amor. Lo que el amante ve en el amado depende de la imagen, de la imaginación. El deseo es residente de la fantasía. (Para los griegos lo que flecha es phantasía, la fantasía, los latinos la llamarían imaginatio, la imaginación. Por ahora, elija usted la palabra que más le guste). 

EL AMOR A SI MISMO
Quien no ha oído decir que quien se mira mucho en los espejos es un narcisista o que narciso es aquel que está “enamorado a sí mismo”. 

No está claro cómo fue que los modernos llegaron a esa interpretación. El psicoanálisis y los psicoanalistas contribuyeron a difundir eso. En 1914 Freud publicó “Introducción al Narcisismo”. Tras leerlo se advierte que Freud no trabajo el mito, introdujo el termino narcisismo a la clínica que hacia como un concepto que tomó de otra práctica. Sin cuestionarlo lo introdujo como algo que va de suyo y punto. Un hecho desafortunado

Cuando se revisa las versiones del mito, nada indica que narciso está enamorado de sí mismo. Veamos:

El MITO DE NARCISO
El mito es simple: Un joven cazador queda prendado por una mirada -ignora que es la suya- que percibe en la superficie de un arroyo en el bosque. La bella imagen que ve le fascina. 

Versión Pausanias
Como en todo mito siempre hay variaciones. Pausanias cuenta lo siguiente: Un joven amaba a su hermana gemela que murió siendo adolescente. El joven experimentó un dolor tan fuerte que le impedía amar a las demás mujeres. Un buen día en que saciaba su sed en un estanque vio a su hermana y los rasgos de ese rostro consolaron su pena. Ya no hubo fuente o río en su camino en cuyas orillas no se inclinara para encontrar esa imagen que lo consolaba de su pena. La versión Pausanias es clara y precisa, el joven no tiene la menor intensión ni por un segundo de admirarse a sí mismo en las superficies reflejantes. 

Versión Ovidio
Ovidio, el cantor de los delicados amores, cuenta en “Las metamorfosis” la siguiente historia: Narciso era hijo del río Cefiso y de la rivera Liriop
e

Cuando el niño nació su madre lo llevó ante Tiresias, el ciego vidente, para interrogarle sobre cuál sería el destino de su vida. 

Recordemos que los griegos tenían siempre un destino que cumplir, no eran libres, una vez pronunciada la fata, no podían escapar. Edipo al querer huir de los designios del Oráculo va a su encuentro. Fue Sigmund Freud quien inventó el inconsciente y lo heredó al mundo occidental. A partir de ahí los humanos puede modificar su destino, pueden fabricarse un porvenir.

El sabio Tiresias predijo: Morirá si él no se conoce. Occidente nace bajo la orden délfica ¡Conócete a ti mismo!

Eco y Narciso
A los 16 años, Narciso se volvió tan hermoso que no sólo muchachas y muchachos andaban tras de él, sino también las ninfas y particularmente una: Eco. Narciso rechazó a todos. Prefería ir de cacería al bosque. Eco desesperada de amor repetía todas las palabras que decía aquel del cual se había enamorado. Narciso volteaba por todos lados desconcertado, cada que oía esa extraña voz. 

Un día, finalmente se animó y respondió a la extraña cuyo cuerpo no conocía, grito: ¡Coeamus! (reunámonos) Y la voz irreconocible respondió de inmediato ¡Coeamus!

Eco encantada con la invitación salió repentinamente de su escondite y se abalanzó sobre de él, abrazó a Narciso. Pero él huyó. Desdeñada, Eco se internó en el bosque. Avergonzada dejó de comer, adelgazó tanto que quedó hecha huesos, los huesos se transformaron en peñascos. Y de ella sólo quedó su voz. 

Narciso enamorado
El tiempo pasó, un día de intenso calor, Narciso como de costumbre salió a cazar. Cansado, sediento se acostó sobre el pasto cerca del frescor -como diríamos aquí en México- de un ojo de agua. Al inclinarse para beber y en el agua una bella forma se le aparece. 

Mientras él desea apagar su sed, se despierta otra sed. Se enamora de una ilusión sin cuerpo, eso que piensa como cuerpo, ¡es agua! 

Quedó Narciso sin movimiento, petrificado como mármol, contemplando extasiado un par de ojos. Él admira eso que lo vuelve a él admirable. 

Deseado es el que desea, Narciso no sabe que es el adorado y el adorador, lo que él ve no lo toma, ¡lo quema!, es él quien enciende el fuego en el que arde.

Ovidio, el narrador, advirtiendo el fatal desenlace le apostrofa, lo regaña, le grita: ¡Crédulo! ¿Por qué te obstinas vanamente en querer tomar entre tus brazos una imagen fugitiva? 

¡Lo que buscas no está en ningún lado, eso que amas si te das vuelta lo pierdes!. Eso que vez es la sombra, el reflejo, una imagen. Ella no posee nada en ella misma. ¡Tú con ella has venido, con ella partirás de todas formas!

Pero Narciso no quiere oír lo que Ovidio, su autor, le dice y se queda estupefacto ante la mirada, se queda en el ojo del agua con los hermosos ojos que tiene frente a sí.

La muerte de Narciso
El joven Narciso muere por sus propios ojos. Ese es el grande el error que posee el amante. ¡Oh, maravilloso error, locura! Error sobre la percepción y su significación. 

Narciso habría podido vivir de haberse conocido. Sufre una de las grandes pasiones: la ignorancia. Languidece y muere abrazado a una imagen reflejada que es incapaz de identificar como la suya. Llega a amarla al no reconocer en ella su yo.

¿Por qué es tan atrayente y fascinante el extraño que está frente a él? 

Bien decía Freud, que lo extraño es lo más propio. Narciso no se reconoce por doble partida. Ni en la imagen que el -ojo de agua le devuelve-, ni en la voz extraña que repite lo que dice, su Eco. Quien no ha tenido la experiencia de por ejemplo, de grabar su voz, la voz cuando nos regresa de afuera, se nos presenta como extraña. 

Narciso no es Narcisista
Narciso fracasó en conocerse. Narciso no tenía noción de sí mismo. No puede reconocer que él y el otro de la imagen son el mismo. Entonces, si narciso tiene un problema es que no era narcisista. Narciso muere por otro, por el extraño que le gusta tanto y ama.

Narciso no está enamorado de él mismo. O mejor aún, está enamorado de él mismo como si fuera otro. “Yo soy otro” dijo Rimbaud. El otro que soy yo.

El mito de Narciso tuvo lugar en un mundo donde no hay espejo ni fotografías ni tampoco la imagen es entonces requisito para la identificación. Narciso no tenía credencial con fotografía. La imagen se ligó al documento de identidad muchos siglos después. Hoy en día incluso, la imagen y el nombre han dejado de ser suficientes para la identificación. La identidad pasa ya por la biología, la sangre, la retina, el ADN. 
anajbanos@hotmail.com