TEXTURA DEL
ESPEJO
Por ANA
BAñOS, PSICOANALISTA / SEPTIEMBRE
16, 2007
El
espejo es un artefacto que permite ver algo indirectamente, lo que no se puede ver
Espejo se dice en latín Speculum, porque en él contemplamos specimus, contemplamos imágenes. De Speculum deriva también la
palabra specular que es el lugar desde donde observamos a lo lejos. Specular es Atalaya, que no es otra cosa más que puesto de observación. El speculator es el
que espía y Spectare significa contemplar, un espectador contempla.
Un vendedor de loza, llamado Pak, tenía una esposa que le pedía todos los días le comprara un espejo de bronce. Un día de tantos, el Sr. Pak llega a casa con el codiciado objeto, la señora Pak le
quita con premura el papel que lo cubría, en el interior de esa caja ella descubre una figura desconocida. Su marido parecía haber entrado sólo, pero ella ve
allá a una joven mujer que está de pie cerca de él. –“¡¿Aikumonina?!”
(¡¿quién es esa
puta?!).
Era
la primera vez que la señora Pak veía un espejo, no comprendía que esa mujer que estaba junto a su marido era ella misma. ¿Cabría decir que se veía a sí misma si no se reconocía?
El cuento continúa. Pak se acerca el espejo y ve en él a un hombre que toma por el amante de su mujer. Entonces se producen reclamos, discusión, insultos. Con tanto grito,
el guardia de la zona acude a casa de los Pak para poner paz entre los esposos. Pak le muestra la manzana de la discordia. Entonces le toca el turno al guardia que ve en el objeto mágico (magia e
imagen son anagrama) a un funcionario vestido de uniforme. ¿Será acaso su sucesor
ese que acaba de llegar?
Esta historia coreana del siglo XVIII recuerda al mito de Narciso ( Ver: Textura
de Narciso).
Hubo un tiempo en que la identidad se sostenía en el nombre
La apariencia no entraba en la cuenta. La función de la imagen y el retrato no descansaban en la similitud entre imagen y persona.
Pero en 1839, el francés Nicéforo inventó la fotografía y años más tarde la identidad se empezó a establecer pasando por la imagen. Se inventó así el documento de identidad con fotografía.
Hoy en día, nombre e imagen va de salida como soporta la identidad. Ahora es el ADN, la retina, las huellas digitales. Estamos viviendo ya una nueva crisis de identidad. No hay costado de
identificación sin identidad. No hay estadio del espejo sin identidad y sin identificación. Pero hay que distinguir entre espejo, imagen del reflejo, identidad, identificación. No son
sinónimos.
Hoy los jóvenes, en la medida que el nombre no siempre alcanza, hacen pasar la identidad al cuerpo con tatuajes, perforaciones para aretes, cuanto más insólitos sean los agujeros más fuerza tiene
como rasgo de identificación.
Los hombres occidentales han vivido con una orden Délfica ¡conócete a ti mismo!. Conocerse es reconocerse. Y esto supone que se reconoce la alteridad.
En la literatura encontramos diversas referencias a experiencias de niños ante el espejo. Les cuento algunas:
Charles Darwin, en 1877 observó a su hijo. Darwin descubrió que cuando el niño tenía 9 meses, si estaba frente al espejo y se le llamaba por su nombre, él se volvía al espejo y decía: ¡Ah! Darwin
especuló que esto era signo de reconocimiento por parte del niño.
Ese mismo año, William Preyer, psicólogo, llegó a la conclusión que su hijo se reconoció a los 14 meses de edad cuando pudo reconocer a su madre a través del espejo, pues eso implicaría que ya
podría distinguir entre el yo y el otro.
En 1920, Paul Guillaume, escritor francés observó que a los 11 meses su hija Catherine vio su imagen en el espejo, llevaba un sombrero de paja y al pasar frente al espejo se llevó la mano al
sombrero, tratando de arreglar una imperfección. Guillaume interpretó ese gesto como un momento de reconocimiento. Meses después, a los dos años, luciendo un abrigo nuevo, Catherine, fue al
espejo a darse el visto bueno. Sin embargo, días más tarde, cuando su padre le mostró una foto de un grupo de niños donde ella estaba, y la niña supo quién era cada uno con excepción de ella
misma. “Podemos ver” -escribió
Guillaume- “cuan tenue es la noción exacta de nuestra propia forma visual” a pesar de lo que el niño aprenda mirándose en el espejo.
En
1934, el psicólogo Heri Wallon publicó: “Los orígenes del carácter en el niño”. Entre otras cosas realizó allá una evaluación de los estudios sobre el niño y su propia imagen especular. Descubrió
que durante los primeros 6 meses de vida la relación del niño con la imagen especular es de “socialización”, mira en su reflejo a un compañero de juegos. En la semana 35 muestra sorpresa cuando
intenta tocar a su compañero y su mano toca la superficie fría del espejo. Algunas otras experiencias reportan que, al poner una mancha roja en la nariz de un niño, él toca la marca roja en el
espejo. Alrededor de un año aparece la evidencia de reconocimiento, pero esta no se estabiliza del todo. Entre los 12 y 15 meses, los niños practican ciertos movimientos frente al espejo: hacen
muecas, bailan, etc. otros más, se chivean ante el espejo.
Estas investigaciones conjeturarles concluyen que no hay nada lineal, hay una disparidad entre el cuerpo y el reflejo (imagen) no se cierra del todo, no se estabiliza nunca, esa es la condición
humana. El cuerpo sostiene una dialéctica de continuidad y discontinuidad, entre un menos y más, entre el cuerpo actual y la imagen virtual. El reconocimiento es una experiencia subjetiva, no es
algo que pueda ser verificado científicamente. Quizá por eso hoy ninguna especialidad de las ciencias médicas, psicológicas, pedagógicas retome estos estudios.
Wallon también observó que, en esa realidad frente al espejo existe una disparidad entre la percepción visual exógena y la percepción endógena (percepción cenestésica de los
movimientos del cuerpo propio). Existe un conflicto entre el yo que me siento ser y el como yo me veo o me ven los demás.
Para Wallon, cuando el niño se reconoce en el espejo, tiene entonces una imagen de su cuerpo distinta de las sensaciones internas de su motricidad, hecha posible por el carácter de exterioridad
de la imagen. El niño tiene de sí mismo una imagen semejante a la que tiene de otros cuerpos fuera de sí, en el mundo: un cuerpo entre otros.
Wallon ubica el momento de integración y por lo tanto de identificación del cuerpo con la imagen: “¿Cuándo siento que
me muevo, la imagen se mueve exactamente en el mismo momento; si sonrío, ella sonríe; entonces eso ese soy yo!”.
En 1936, Lacan cuestiona a Freud, apoyándose en las tesis de Wallon, dirá que el niño no es un ser originalmente cerrado sobre sí mismo (como Freud decía), para luego abrirse poco a poco al mundo
exterior y salir así del narcisismo. Nada de eso. El narcisismo primario define a un ser todo fuera y sujeto al acontecimiento. Eso es lo que muestra el Estadio del Espejo. Lacan es tajante: no
hay forma del yo por proyección, por un movimiento regulador, ajustador de interior al exterior sino al contrario: el yo es exteroceptivo o no es.
Lacan destaca un instante de jubileo, la asunción de júbilo, que aparece como signos de una identificación, cuando el sujeto asume una imagen.
“La
cría del hombre, a una edad en que se encuentra por poco tiempo superado en inteligencia instrumental por el chimpancé, reconoce ya su imagen en el espejo como tal. Reconocimiento señalado por la
mimética iluminante Aha-Erlebnis”.
Tenemos: 1) la cría del hombre, 2) un espejo, 3) una imagen en el espejo, 4) un verbo “reconocer” y 5) el posesivo “su” que establecen una relación entre el niño y la imagen. 6) “Mímica
iluminativa Aha-Erlebnis” (Aha-Erlebnis significa: experiencia de descubrimiento), a la que luego se ensamblan una serie de gestos donde el niño experimenta la relación de los
movimientos asumidos de la imagen con su entorno reflejado y de ese complejo virtual con la realidad que se redobla, con su propio cuerpo y las personas y objetos que están a su
lado.